viernes, 23 de octubre de 2015

Ruleta Rosa




 



El otro día escuchaba, por recomendación, una conferencia TED del andorrano Victor Küppers, un tío que con fuerte acento catalán-andorrano, reivindica la actitud como fuente de vida, en el más estricto sentido de la palabra, como fuente que hidrata, nutre y da energía. Un tío que afirma que “Dios baraja y reparte” y a nosotros nos caen las cartas, así, sin oportunidad de devolución o de coger otra. Entre anécdotas familiares y descargas de positivismo Küpper, se reitera en la grandiosidad del que decide retar al azar, y jugar su mejor mano, aunque la partida no se presuma esperanzadora.
De juegos de azar sabe mucho la familia Goutal, una familia de la campaña francesa de Aix-en-Provence, que provista de mujeres, parece negar el gen de la masculinidad a sus “descendientas” a las que dan vida y a la vez dan muerte. 
Su vida, un juego de cartas. Una ruleta rusa, o más bien rosa.
La foto de la izquierda nos revela la tragicomedia de ser mujer “Goutal”. La vida “a todo precio”, como se llama el documental que me hizo pensar en ellas, en todas esas mujeres que con un gen malhechor desarrollan, transmiten, y se someten al tedioso proceso del cáncer de mamá. Annick, vestida de blanco y portando un pañuelo en la cabeza que paradójicamente predice su fatalidad, sostiene a la pequeña Camille. Ellas ya son la segunda y tercera generación de una baraja en la que 5 de 6 hermanas Goutal dejaron la partida.
Annick es la primera de una familia de “malditas” en hacerse un test que efectivamente revela un gen “deficiente” entre sus mujeres. La que no lo desarrolla lo porta, como quien porta una fragancia con la que inevitablemente impregna a su entorno. Aquello que la hace mujeres, también las pretende “desfeminizar” de algún modo, pero hay una actitud. Las Goutal arriesgan valientemente procrear féminas a pesar de todo.
Ser mujer, es ser esencia, ser perfume. En la segunda foto, la pequeña Camille, ya crecida,  reposa su pequeño “elixir de felicidad” frente a su nariz. Mientras el olfato apremia, rememora las sensaciones que reposan en un olor conocido. Al final el cáncer es un factor inexorable, y la familia Goutal ha comprendido que ganar la partida implica virar sus vidas y profesiones hacia lo inmaterial, hacia la esencia, hacia lo que no perece. Fotógrafas, perfumistas y pintoras son las profesiones escogidas por las mujeres Goutal. 
Así han decidido ellas hacer frente a su “feminidad a todo precio”. Así se pasan la baraja de mano a mano. La vida es para ellas oportunidad y castigo, es creación y desaparición, es dulce y es amarga, a veces la vida es cáncer y siempre la vida es muerte. 
         La vida son decisiones, una gran ruleta rosa donde para ganar hay que tener la actitud que reivindica Küppers y que protagoniza Annick, que enfrascada en la esencia de un perfume, siempre podrá vivirá para impregnar su entorno. Eso es actitud.




sábado, 17 de octubre de 2015

"Hakuna Noma"



En la foto vemos a Edna Kiplagat, 34 años entonces, 1,62 de altura y 50 kg, sujetando tímidamente una bandera de su país, Kenia, también tímidamente entreabierta. Sin embargo el protagonismo se lo lleva su mano izquierda y desde luego su sonrisa. Con la primera, Edna se comunica con el mundo, a través de los titulares de prensa y los medios de comunicación diciendo que ha vencido, que lo ha conseguido, que ha ganado el oro en la maratón de los juegos de Moscú en 2013 ¡hakuna noma!, pues. ("ningún problema" en keniano)

Alzando los dedos y matizando la imagen con una gran sonrisa Edna muestra con sus dedos el símbolo de la victoria. El mismo que usaron Churchill o Eisenhower, con matices más bélicos, o lo que es lo mismo menos deportivos. Un símbolo que, con otra acepción, también correspondió al "love and peace" de la contrarreforma americana de los sesenta, Sin embargo, su origen proviene ni más ni menos de la Edad Media, cuando de vuelta a los orígenes de nuestra sociedad actual, es decir la guerra, los arqueros ingleses mostraban así que habían vencido, y que con dichas extremidades habían sabido tensar sus cuerdas justo hasta el punto necesario para vencer al contrario sin romper sus arcos. 

Exactamente el mismo procedimiento, aunque en su cara más pacifista aunque no menos competitiva, es el que siguen atletas como Edna Kiplagat u otros atletas kenianos que entrenan en Iten, una pequeña localidad al oeste de Kenia a unos 2500 sobre el valle del Rif, que con un terreno especialmente irregular y una altura más que considerable, se ha convertido en una siembra de maratonianos "importados" a Europa para ganar carreras, ganar dinero y, sobre todo, hacer ganar dinero a sus patrocinadores. En Iten, se da por sentado que todos sus atletas poseen esas fibras ectomorfas, lentas, que hacen más fácil un esfuerzo continuado del músculo, por lo que en un pueblo donde hay unos 600 atletas profesionales buscando su oportunidad no se trata de poseer capacidades sobrenaturales, sino de encontrar el modo o la persona que tenga la habilidad de hacer tensar los músculos, de las piernas y de la cabeza, justo hasta el punto que den la victoria y que derroten al contrario resultando ilesos en el proceso. Justo como aquellos ingleses del medievo hacían con sus cuerdas. 

He leído mucho sobre "el negocio del atleta", algo que no puedo poner en duda en un país como España donde, salvando excepciones, los atletas tienen dos caras, a lo Dr Jekyll & Mr Hyde, un día son dioses y al siguiente parecen presentar una discapacidad para poder desarrollar su vida fuera del podium, algo que muy lejos de ser culpa suya es un fracaso del sistema, que no deja de crear efímeros y falsos éxitos, que encima suponen mucho esfuerzo a la víctima. 

Sin embargo, el caso de Edna es totalmente diferente. No me atrevo a criticar los procedimientos por los que Edna, y otros corredores kenianos como Dennis Kismetto, Douglas Wakiihuri o Luke Kibet han llegado hasta la victoria. No se si hablar de explotación u oportunidad, de suerte o desgracia, de si vale la pena o es más bien penoso el esfuerzo que vale, pero en la ambigüedad del negocio keniano todavía no he encontrado ningún elemento en claro que lo deslegitime. Leyendo sobre el tema he leído adjetivos como "marionetas", "peones", o "décimos de lotería premiados" para referirse a estos atletas a los que se les impone una vida de entrenamiento constante desde bien jóvenes. Sin embargo, las críticas deben ser pragmáticas y criticar el estilo de vida africano desde Europa cuando nos acabamos de comer un filete al roquefort puede ser bastante frívolo. Mirando la mano derecha de Edna imagino las tierras a los que simboliza esa bandera verde, roja, negra y blanca, y me sitúo en Iten, donde el atleta busca su oportunidad corriendo entre cabras y con deportivos rotos, que al menos son más frecuentes que los platos de comida. Correr, es en Kenia un estilo de vida, no es un fin, es un medio de la vida diaria de sus gentes. Diría que tan natural como comer, pero ya quisieran muchos kenianos. Digamos que el "negocio" consiste en dar una oportunidad profesional a esas capacidades. No es que se les imponga, es que en Iten o eres atleta profesional o sigues siendo pobre, así que esta oportunidad es una panacea para muchos kenianos, una salida, un puntos de partida para contar con lo básico, algo que muchos europeos ya nos viene "de serie" .

¿Por qué no cantar victoria?, imagínense ganar 6000 euros cuando se esta acostumbrado a vivir con un euro al día. Para Edna esto significa poder hacer de su vida cotidiana su profesión, significa que su familia podrá naturalizar el ritual de la comida, y que las gentes de Kenia tendrán esperanza en su porvenir con la oportunidad del atletismo, que hoy en día no sustituye a cualquier otra. Miro la foto de nuevo y ahora miro su sonrisa iluminando una piel nocturna. Edna Kiplagat muestra al mundo que, ya no hay ningún problema. ¡Hakuna Noma!

martes, 13 de octubre de 2015

R.I.P. Por un prejuicio menos





R.I.P.
Por un prejuicio menos

Bendita ambigüedad la de éste título que parece satirizar la muerte. Ni falta hace decir que esta actitud lejos puede quedar de la generalización, y menos si fortuita, sin criterio. Sin embargo, en este caso murió un prejuicio que tenía demasiado de “pre” y andaba justo de “juicio”, y por tanto debía morir así, en un homenaje satírico donde su funeral facilita las rutinas.
Esta pequeña introducción no es más que la conclusión de una mirada retrospectiva y crítica a algo que me ocurrió ayer. Algo banal desde el punto de vista de hoy, pero que no está de más analizar, si eso lleva a matar algún prejuicio.  
Ayer perdí, o mejor dicho extravíe mi móvil. Llevo unas semanas viviendo en una ciudad francesa en la que nunca había estado antes y claro ocurre lo que ocurre. Desconocimiento igual a temor, a sentidos híper sensibilizados, a comportamientos demasiado racionales del tipo Sherlock. El móvil, nuestros smartphones, que de smart tienen más bien poco por mucho que los queramos humanizar, se han convertido en la segunda década del siglo XXI en el sustituto natural de aquel peluche que llevábamos a casa de la abuela cuando nos tocaba quedarnos a dormir. Cuando el mundo te había abandonado y “pelu” era tu única salvación, parte de ti, de tu habitación y su olor, tu peluche te salvaría ante cualquier infortunio imprevisto a buen seguro. Pues este es el móvil de hoy, el peluche electrónico que creemos inteligente, y que posiblemente llegue a serlo, eso sí, en detrimento de la inteligencia de sus portadores. La primera yo, ayer mismo.
Retomando la aventura de ayer, la cosa es que desde que llegué al “nuevo mundo” ya había mi cabeza (tan precoz como de costumbre) constatado que puesto que un 90% del vecindario ronda los “veinti” y el otro 10% pertenece a un sector poco privilegiado de la sociedad, no podía yo descuidarme un momento de mis dependencias personales. Esa capacidad mía de rápidamente atar cabos precipitándose a conclusiones poco certeras, volvió a fallar mandando señales de alerta con el teléfono, que los jóvenes tenemos sed de tecnología, y la mía es la más fresca (Iphone 6). Bueno, hablemos de hoy, en dos días ya está el Iphone 10 obsoleto, como nuestros prejuicios más fósiles y menos juiciosos. Sin embargo, no quiero culpar a mi juicio más de lo oportuno, pues al fin y al cabo las afirmaciones que ata en vista de sacar conclusiones no son más que prejuicios que la sociedad impone como publicidad subliminal, bien por interés o bien como protección de cómo mecanismo de defensa para defendernos de ciertos peligros que rara vez existen. Supongo, sin tratar de excusarme que este último sería mi caso. Quizás “el nuevo mundo”, cuando todavía estaba por descubrir (cuando mi cabeza cavilaba sobre mi futura vida en el país de las baguettes), podría presentarse no sólo atractivo y emocionante, sino también un tanto amenazador. Supongo también, que para sentirme capaz de desenvolverme en él con soltura en una nueva ciudad y un nuevo idioma hacía falta el factor miedo (en su justa medida por supuesto), se trata de mera supervivencia.
Hablábamos del móvil.  Lo último que recuerdo es estar en la cola de una boulangerie a  setecientos metros de casa leyendo mensajes. Después de eso l’horreur. Estaba claro, una cola en la panadería llena de jóvenes con mono de nuevos aparatejos. Me habían robado mi “pelu”, había sucumbido a sus encantos en un despiste de control tecnológico. Había pasado. Ya no te puedes fiar de nadie en esta sociedad. ¿Y ahora qué? Francia, yo, sola, otro país, comunicación interpelada por algún universitario con móvil nuevo. ¿Y mis contactos? ¿Y mis fotos? ¿Y los videos y mensajes? Aquí entramos en otro tema sensible, el de llevar en un bolsillo toda una vida “privada”. En ese momento abrí rápido Facebook intentando comunicarme con alguien como en las pelis cuando buscan vida extraterrestre. Y en ese momento pasó, me di cuenta de que mis razonamientos lógicos se habían cortocircuitado y decidí mandar mi cabeza a paseo (no sabéis que sensación más agradable).
La llamada. Una señora francesa con su respectivo francés perfecto se asegura de que soy la persona que ha perdido, repito: perdido su teléfono mientras caminaba a casa. Resulta que una chica española y de mi edad. Repito otra vez: Española y de mi edad (21), había encontrado mi “pelu” electrónico en el suelo mientras hacía footing e inmediatamente se lo llevó a su casera para que contactara conmigo. Pues no, ni habían sido los jovenzuelos de la panadería ni mi móvil estaba siendo objeto de contrabando en una camioneta rumbo al mercadillo del sábado.

Con el móvil de vuelta y mi cabeza castigada sin pensar finalmente aprendí. No me alegro del hecho de haber encontrado el móvil (ayer todavía sí, demasiado reciente), sino de haber encontrado una dirección cerca de casa donde no sólo encontré dos personas honestas, sino que encontré a Miriam y Valerie, con las que tengo una cena pendiente en su casa y un entierro feliz, el del prejuicio que tenía demasiado de “pre” y muy poco de “juicio”.

jueves, 8 de octubre de 2015

Azul, blanco, azul, blanco...

Azul, blanco, azul, blanco…




Uno detrás de otro, en fila india, siguiendo la misma jerarquía que un avión que espera paciente para despegar en la pista de aterrizaje, o utilizando una metáfora menos agradable pero más actual, que migrantes pululando por fronteras europeas a la espera de que a los líderes de la gran Europa se les encienda la luz de la solidaridad, por lo menos para paliar el dolor físico y moral que estar a la espera de refugio inflige.
El caso es que siguiendo el mismo patrón se disponen también los azulejos (en estricto régimen dictatorial de cromas blanco y azul en alternancia) de las proliferantes piscinas climatizadas, ya sean olímpicas o semi-olímpicas.
Ya no basta con tener que soportar la mejorable técnica del bañista con atuendo de atleta que, con la llegada del buen tiempo, carga a sus espaldas una red repleta de utensilios como aletas, gorro o gafas para sumergirse en dichas piscinas donde un sumiso “vigilante”, azul o blanco, se convierte en la principal y casi única “distracción” de aquel que practica el deporte.
Con la propagación de gimnasios, que cada vez se asemejan más a centros comerciales con sus cafeterías sus tiendas de ropa y utensilios deportivos último modelo, también ha florecido la moda de las piscinas climatizadas, como la de la imagen, donde el nadador (ahora invisible), una vez traspasado el umbral que separa vestuario-piscina, se convierte en todo un atleta, con mente y autoestima de tal. ¿Se acuerdan de aquel humo mágico que invadía nuestras pantallas viendo el programa Menudas Estrellas? Pues estos nuevos gym parecen haberlo importado transformando simples bañistas en Phelps en creciente clonación.
¿ Y cómo se comporta el bañista? El nuevo espécimen echa una mirada transversal en la que estudia el estado del agua, la temperatura, la cantidad de “sirenos” y la calle que mejor se adapta a su entrenamiento de élite (algunos no pasan de los 10 minutos). A continuación se ajusta el bañador, se coloca las gafas y aprieta fuerte el reloj-cronómetro/marca-calorías/cuenta-brazadas, y finalmente –y pasado el cuarto de hora de preparación- se sumerge finalmente en el agua dónde en cada patada intenta seducir al exhausto azulejo bicolor, que cansado de la clonación de Phelps, y por no darle más bola al sobrealimentado ego del nadador-de-climatizadas (bañista amateur provisto de tecnología punta) ni se molesta en dar signos de vida. ¡Maldita tendencia moderna de tener que impresionar hasta a lo inerte!

Quizás tenga poco que ver, pero el dinero es dinero y las prioridades mandan. El caso es que la propagación de bañistas se superpone en el tiempo a la propagación de miles de sirios, afganos, nigerianos o congoleses asomando sus cabezas entre el alambre de espino en los consistorios de Europa. Ellos, aún algo más vivos que un azulejo, no entenderían como el dinero para pagar marquesinas bicolores prolifera, mientras las camas y los bocadillos continúan aplazados en una jerarquía en la que queda más que claro quién manda.