Azul, blanco, azul, blanco…
Uno detrás de otro, en fila india, siguiendo la
misma jerarquía que un avión que espera paciente para despegar en la pista de
aterrizaje, o utilizando una metáfora menos agradable pero más actual, que
migrantes pululando por fronteras europeas a la espera de que a los líderes de
la gran Europa se les encienda la luz de la solidaridad, por lo menos para
paliar el dolor físico y moral que estar a la espera de refugio inflige.
El caso es que siguiendo el mismo patrón se disponen
también los azulejos (en estricto régimen dictatorial de cromas blanco y azul
en alternancia) de las proliferantes piscinas climatizadas, ya sean olímpicas o
semi-olímpicas.
Ya
no basta con tener que soportar la mejorable técnica del bañista con atuendo de
atleta que, con la llegada del buen tiempo, carga a sus espaldas una red
repleta de utensilios como aletas, gorro o gafas para sumergirse en dichas
piscinas donde un sumiso “vigilante”, azul o blanco, se convierte en la principal
y casi única “distracción” de aquel que practica el deporte.
Con la propagación de gimnasios, que cada vez se
asemejan más a centros comerciales con sus cafeterías sus tiendas de ropa y
utensilios deportivos último modelo, también ha florecido la moda de las
piscinas climatizadas, como la de la imagen, donde el nadador (ahora invisible),
una vez traspasado el umbral que separa vestuario-piscina, se convierte en todo
un atleta, con mente y autoestima de tal. ¿Se acuerdan de aquel humo mágico que
invadía nuestras pantallas viendo el programa Menudas Estrellas? Pues estos nuevos gym parecen haberlo importado transformando simples bañistas en Phelps en creciente clonación.
¿ Y cómo se comporta el bañista? El nuevo espécimen
echa una mirada transversal en la que estudia el estado del agua, la
temperatura, la cantidad de “sirenos” y la calle que mejor se adapta a su
entrenamiento de élite (algunos no pasan de los 10 minutos). A continuación se
ajusta el bañador, se coloca las gafas y aprieta fuerte el
reloj-cronómetro/marca-calorías/cuenta-brazadas, y finalmente –y pasado el
cuarto de hora de preparación- se sumerge finalmente en el agua dónde en cada
patada intenta seducir al exhausto azulejo bicolor, que cansado de la clonación
de Phelps, y por no darle más bola al
sobrealimentado ego del nadador-de-climatizadas (bañista amateur provisto de
tecnología punta) ni se molesta en dar signos de vida. ¡Maldita tendencia
moderna de tener que impresionar hasta a lo inerte!
Quizás tenga poco que ver, pero el dinero es dinero
y las prioridades mandan. El caso es que la propagación de bañistas se
superpone en el tiempo a la propagación de miles de sirios, afganos, nigerianos
o congoleses asomando sus cabezas entre el alambre de espino en los
consistorios de Europa. Ellos, aún algo más vivos que un azulejo, no
entenderían como el dinero para pagar marquesinas bicolores prolifera, mientras
las camas y los bocadillos continúan aplazados en una jerarquía en la que queda
más que claro quién manda.
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